GUANYADORS MIGUEL DE CERVANTES EN CASTELLÀ

GRUP A (de 9 a 12 anys)

PRIMER PREMI

David López Roca

LA ESTRELLA

Veo una estrella, mirando por la ventana,
alguien me dijo que se llamaba Ana.

Ana tiene sentimientos,
cuando es de noche, baila contenta,
pero cuando es de día,
camina más lento
que la estrella magenta,
que se llama María.

A ella,
le hace feliz que la llamen bella,
pero le apena
que le digan ajena.

De su zona
es la estrella más mona,
puesto que brilla
mucho más que cualquier cerilla.

Al verla me hace pensar
que es la más preciosa, sin dudar.
¡Cuántas estrellas más habrá en el cielo
que me creen tanto anhelo!

SEGON PREMI

Nacho Chaves Cosano

¿QUÉ SOMOS?

Todos creemos saber lo que somos,

¿pero podemos estar seguros de eso que creemos?

Podemos creer qué somos lo que puede ser un acierto,

pero, ¿y si lo que creemos no es tan correcto?

Pero, ¿qué somos en el fondo?

Si miramos para atrás en el fondo somos un mono,

si miramos para dentro no somos más que una pequeña célula,

y si miramos para delante podríamos ser robots sin una pequeña muestra de conciencia.

Podemos creernos grandes, interesantes o superiores,

¿pero esta bien que nos sintamos así?

Porque aunque nos sintamos de una manera,

¿es esa una buena manera de sentir?

Podemos hacernos los interesantes pero en el fondo,

no somos más qué una gota en un océano,

qué un grano de arena en el desierto,

o una estrella en medio de una galaxia, por ejemplo.

Por tanto, ¿qué debemos ser en el fondo?

debemos ser agradecidos por la vida que nos han dado,

generosos hacia los no tan afortunados,

y sobretodo debemos ser respetuosos hacia los olvidados.

GRUP B (de 13 a 14 anys)

PRIMER PREMI

Eva María Cajidos Romero

REINAS DE LA MAR

A ti que el agua arrastras
y del horizonte nunca marchas
dedico estas palabras
desde la arena de las playas.

Azules como el cielo
y blancas como el hielo.
En julio y agosto siempre os quiero
y mi amor por vosotras así sugiero.

Sugiero respirar vuestra brisa
que dibuje en mi cara una sonrisa.
Yo hoy os dibujo en mi mente,
y mañana con rayos de sol en mis ojos os tendré presente.

A vosotras que el agua arrastráis
os ruego que de la mar nunca os vayáis.
Vosotras que las orillas mojáis
mi vida en verano siempre alegráis.

SEGON PREMI

Martina Llort i Arenas

NO QUIERO OLVIDARME DE TÍ

Como cada noche, antes de dormir, siempre pido un deseo, el mismo de siempre...me quedé dormido. Vamos Juan piensa, ¿Dónde estará escondida esta vez? Tengo que encontrarla, no puede ser que la haya perdido. El único momento donde puedo verla es ahora. ¡En un sueño! O más bien en un recuerdo en forma de sueño. Verla me da fuerzas y aunque tenga que recorrer tierra y mar, voy a encontrarla. Lo sé. Piensa, va. No hay forma, esto me supera. Aunque haya fotos suyas por toda la casa su imagen es confusa. Pobre, lo que estará pasando, y además sola. ¡Para, no pienses así! Seguro que está bien y sana, con lo lista que es...


"Pipipip" ¿Quien llamará a estas horas?:
-¿Hola?
-Hola. Buenas noches señor Juan. Le llamamos desde la policía local. Hemos encontrado a su hija en un sótano de la zona. Pero...
Lamentamos decirle que no como nos esperábamos. Su hija lleva unos 3 meses muerta. Sentimos su perdida.
"Piiiiiiiii" he colgado. No puede ser. ¿Mi niña muerta? ¿Es éste el final de ese deseo? Solo pedí poder recordarla, si es que alguna vez me olvido. ¿Es demasiado tarde para pedir un último deseo?
Solo pido una última cosa. Y esta vez es no olvidarla.

ACCÈSSIT

Jeaneth Costa Da Silva

CIERRO LOS OJOS Y PIENSO EN TI

Corría por la playa, con los pies descalzos por encima de la arena húmeda. Con la mano derecha sostenía el ramo de flores, y con la izquierda el anillo.

Lloraba y sollozaba a la vez, dejando atrás un momento que me podría haber cambiado la vida.

Seguía corriendo hasta encontrar una roca donde jugaban dos niñas y pude ver que la más grande (debía tener unos 7 años) empujaba a la más pequeña, dejándola caer de espaldas al mar. Ahí fue cuando empecé a correr para cogerla en brazos, pero no llegué a tiempo.

De repente la hermana fue corriendo hacia dónde ahora estaba el cadáver y empezó a llorar intentando despertarla, pero no podía.

Patidifusa, no reuní el valor para intervenir, a pesar de haber contemplado tal cosa, no quería responsabilidades, solo quería huir y no mirar atrás.

La tarde se acercaba, la brisa marina me acariciaba la cara. El crepúsculo se acerca.

Cierro los ojos y pienso en ti.

GRUP C (de 15 a 18 anys)

PRIMER PREMI

Claudia Sánchez Pérez

JUEGO DE ESTACIONES

Respiro historias con aroma incierto
pues si cierto es que en este espacio abierto
cerramos etapas, cerramos caminos
cerramos las puertas a distintos destinos.

Entre miradas marrones y ojos marinos,
labios rosados y dientes perlinos,
a casualidades distintas cada día me enfrento
sentadas al lado, contiguo el asiento.

Viajeros conjuntos del mismo segmento
compartimos instantes, compartimos momentos,
historias que aparecen y no son buscadas
que perdemos tan solo en distintas paradas.

Si tantas vivencias hoy fueran narradas
en lugar de en vagones quedarse atrapadas,
pues hay experiencias que hoy desadvierto
pero imaginándolas en el viaje me mantienen despierto.

Corrígeme si aquí desacierto
pero a mi mente insaciable le llama lo incierto
tantos instantes en fotogramas cerrados
que no son presente, pues ya son pasado.

Mi cuerpo impasible permanece anclado
mientras muchos destinos se van de mi lado.
Tantos caminos en un mismo tren
que varían sin más al cambiarme de andén.

No es de locos el sentirme un rehén
de un movimiento que hace vaivén,
pues han sido tantas las oportunidades pasadas
que hoy siento pena por las historias borradas.

Pequeñas acciones como líneas delgadas
causantes de que almas hoy estén separadas,
trayectos secantes en un punto cortantes,
instantes gigantes, corazones errantes.



SEGON PREMI

Belén Carmona Padial

AMOR ENTRE TRENES

Cada mañana cojo el mismo tren: R6 Igualada que sale desde Barcelona a las 7:11 y tú siempre estás ahí. Sentado en uno de los asientos de color azul que hay delante de los que estoy yo. Desde allí te puedo ver perfectamente, y tú a mí. Y no solo nos vemos, sino que también nos miramos, y mucho rato. Para mí el paisaje que nos ofrece el viaje en tren es tu mirada.

Es ilógico que me haya enamorado así. Porque creo que esto es realmente lo que mucha gente llama enamorarse. Y me lo dicen las mariposas en mi vientre cada vez que entras por la puerta y te sientas. Me lo dice la frustración que siento cuando en días puntuales, se cierran las puertas del tren y no estás. Desde temprana hora de la mañana sé que el día ya no será lo mismo, porque tú no habrás formado parte de él.

Pero los días que estás, me hacen muy dichosa. Sin buscarlo, te has vuelto prácticamente esencial en mi vida. Probablemente, sin saberlo también. Y me pregunto si a ti te pasará igual, si recuerdas nuestras miradas, al principio vergonzosas, luego intensas y apasionadas. Si te quedarías eternamente en ese último vagón de tren. Si has pensado en hablarme algún día, si te has imaginado todo lo que yo imagino cuando me encuentro con tus ojos, porque cuando hay magia, la mirada sonríe.

Espero que hoy no sea uno de esos días en los que no vienes y esta carta la lea otra persona, qué vergüenza. En cambio, si tú también piensas que las vías de nuestras vidas deberían de encontrarse en este punto del trayecto, ven y siéntate a mi lado, que te he guardado el asiento.

Con mucho amor,

Tu chica del tren

GRUP D (majors de 18 anys)

PRIMER PREMI

Pol Carbonell Tena

ESCAMASOQUISMO

Una fría noche de San Reptiliano durante el sibilante año chino de la serpiente nació en Villaverde de la Escama sin que se conozca aún un motivo aparente una criatura inédita de un aspecto abusiva y objetivamente repulsivo.

Sin duda alguna en la mente de todos los presentes se apareció un anticonceptivo.

El niño surgió provisto de atributos jamás vistos en un mamífero, más bien típicos de un reptil: piel grisácea, lengua bífida y aguzados incisivos, culminándolo todo con una pequeña cola infantil.

Al verlo, con tono socarrón el so cabrón del médico les dijo: parece que han parido ustedes un lagart-hijo, y se empezó a reír en su cara, la madre del engendro lloraba y lloraba, y así lo hacía el neonato, lágrimas de cocodrilo brollaban de sus ojos de gato. El padre abandonó la escena para ir al baño pues no contuvo la náusea ante tamaño desengaño.

Y así, entre esta algarabía, empezó la historia de este infrecuente ente digna de la mejor de las hagiografías; un relato más de SUBsistencia que de SUPERvivencia, en todo caso SUPERchería, repleto de tragedias sin clemencia para muchos una herejía.

Tras cientos de mutiloperaciones y toneladas de maquillaje la familia intentó sobreponerse y llevar una vida normal pero día a día, a medida que crecía, la anormalidad afloraba y ya nada servía para esconder su emergente lado animal.

Su vida fue siempre un temporal permanente, funeral tras funeral se vació de gente: la desventurada madre nunca rehuyó a su retoño pero éste la emponzoñó sin ni siquiera ser consciente al inocularle mientras mamaba el letal veneno que inyectaban sus dientes; el desdichado padre, aún convaleciente tras tanta calamidad en su vida, se vertió completamente a los estupefacientes, y a la culpabilidad de la bebida hasta causarse un cáncer del cerebro hasta la próstata. Incluso el cura que lo confesó se volvió apóstata.

Nuestro protagonista se quedó completamente solo pero con la esperanza de que ya sólo podía ir a mejor buscó nuevas gentes, aficiones y compañías; su sangre fría ansiaba amistad y calor.

Mas no hubo fortuna por más que lo intentó:

Los de la ONCE le dijeron que lo que daba era asco y no pena,

Nadie quería hacer experimentos con él en el hospital,

Era feo pero no tanto como para entrar en la trena,

Y los del circo no tenían legislado el maltrato pseudo-animal.

Despaciosamente se fue hartando, le germinó y gestó un hondo desdén hacia la sociedad,

Gente ordinaria, insensible, trivial y pasajera, con vidas ociosas y sin problemas de verdad,

Y cada vez más cauto y cautivo se fue recluyendo en su rincón: se construyó un bastión impenetrable aislado del frío, de cualquier humano y ojalá que del dolor; selló puertas y ventanas y cualquier otra vía de contacto con el mundo exterior y por fin se sintió cómodo como un dragón.

Y atrancado en su desierta morada se fue olvidando de todo lo que como humano conoció.

Su mente enferma en un cuerpo en forma aunque deforme se vació, muebles y puertas, libros y prendas, todo perdió su significado y valor y quedó apresado en el fuerte que él mismo construyó.

En el aniversario de su reclusión, cercano a la muerte por inanición, al no tener otro con quién descargar su rencor sufrió un exabrupto de animadversión y se ensañó con su propio rabo, apéndice símbolo de su abominación.

De esta suerte reparó que la cola le volvía a crecer por sí misma.

También se percató de su horrible sabor.

Pero pudo percibir la situación desde un nuevo prisma ya no necesitaba avituallarse en el exterior y restó consumiéndose en su horror hasta su último suspiro, hálito y hedor.

Epílogo

Como todo buen reptil que se precie

al verse y saberse el único de su especie

su genoma mutó y tornó hermafrodita

poniendo un huevo y una pausa finita

a la peor historia de autofagia sibarita jamás escrita.

SEGON PREMI

Amador Guevara Oliver

LAS LLAVES

En los remotos tiempos de las Las mil y una noches, Abdeljabar era uno de tantos príncipes hijos del rey de Siria. A diferencia de sus hermanos, que sólo vivían para la lascivia, la vanidad y la glotonería, él se interesaba en los asuntos de estado. Era aplicado en el estudio y hábil en el arte de la guerra, tanto en el manejo de las armas como en la monta, ya fuera a caballo o en camello. Por sus cualidades, su padre le nombró gobernador de la rica región de Al Bank, de gran importancia estratégica por ser limítrofe con la de Damasco.

Pese a su juventud era un buen gobernante, muy apreciado por sus súbditos. A los treinta años quedó prendado de Sherezade, inteligente y hermosísima hija del gran visir, a la que doblaba en edad. Al pedirla en matrimonio, cuál no sería su sorpresa, al escuchar por boca de ella, que el enlace quedaba supeditado al cumplimiento de un mutuo compromiso de fidelidad. En otras palabras, no habría harén en palacio, ni otra esposa que no fuera ella.

El sí del gobernador tuvo un gran eco en todo el país, pero fue considerado, por la mayoría, como un fogonazo amoroso, que tarde o temprano se apagaría. Durante veinticinco años, Abdeljabar fue el único noble y rico señor, en no ser polígamo, no tener concubinas ni disponer de serrallo en su suntuosa mansión. Este hecho, no le granjeó simpatía alguna entre la gente del pueblo, que pese a todo, seguían considerándole un buen político. Mucho peor le fue con príncipes y nobles, ya fueran de alto, medio o bajo linaje. Le situaron a la altura del betún, convirtiéndole en el hazmerreír de la corte, colgándole los peores sambenitos: calzonazos, chirigotero, chufletero,… Resumiendo, pusilánime y blandengue bufón, dominado por la arpía de su esposa, de la que él y con razón hablaba maravillas, sin poder superar nunca la incredulidad de sus oponentes. Los poderosos sólo le reconocían una virtud: su inteligencia y valor en el arte de la guerra.

Una rebelión de tribus beduinas del desierto puso en gran aprieto al reino. Gracias a la acción de Abdeljabar, rápidamente se recuperó parte de lo perdido y cambió el fiel de la balanza. Mientras el estricto príncipe luchaba por conseguir la victoria total, sus camaradas de alcurnia y riqueza, lamentaban con vergüenza la sumisión a su esposa, por lo que no cesaban de jalonarle, ensalzarle, alabarle y encumbrarle, hasta el punto que aquél acabó rendido a los anhelos de sus adláteres, aceptando un “harem de campaña” con el que reconfortarse, junto a los otros comandantes, de los penalidades de la guerra.

Sherezade sufrió una gran decepción y puso el grito en el cielo. A excepción de sus hijos, nadie le hizo caso alguno. A fin de mantener su honor en todo lo alto, manifestó públicamente la disolución de su matrimonio. Los compinches del ejército, reaccionaron construyendo, en los jardines del palacio, un gineceo adosado. La ya ex-esposa, tapió la puerta de acceso al edén, para impedir el paso entre ambos inmuebles. Los otros, construyeron un deslucido portalón en el muro exterior, que más parecía, puerta de servicio que otra cosa. Ella cambió la cerradura de la puerta principal, “la del compromiso roto”, por dos nuevas, a las que llamó “la de la dignidad y la de la felicidad”.

Al finalizar la guerra, el compadreo entre militares había sido generoso y reiterativo con el jefe. Gracias a ello, Abdeljkabar podría disfrutar de tres docenas de jóvenes doncellas, todas de singular belleza, originarias de diferentes regiones, incluso algunas extranjeras. La orgía de inauguración del nuevo edificio adosado, fue anunciada a bombo y platillo por la banda de trompetas y tambores de la milicia. Duró casi un mes, que fue el tiempo en que el príncipe tardó en volver a pisar de nuevo la calle.

La mañana en la que por fin salió de su encierro, optó por ir a palacio para formular un armisticio con la usufructuaria. Primero, se sorprendió por la presencia de tropas persas en la escalinata de la entrada. Luego, fue la salida del Rey de aquel país por la puerta grande, que tras un simple abrazo de circunstancias, le saludaba y le despedía a la vez, sin que mediaran más palabras. A continuación, se topó con el “No” infranqueable de Sherezade. Por último, un nuevo aire fresco penetró en los oídos del gobernante, en forma de hirientes ondas sonoras, que a punto estuvieron de hacerle estallar los tímpanos. Los guardias y criados le hicieron saber que después de que él entrara en el gineceo, aquella misma tarde, el monarca del país vecino, se había personado en las puertas de palacio con las mejores intenciones, honrarle y felicitarle, por su estrategia y victoria militares.

Fue Sherezade la que le invitó a entrar y a que le esperara en las suntuosas estancias, hasta que el futuro homenajeado tuviera a bien presentarse en casa. En el mientras tanto, ella le ofreció sus encantos y bondades femeninos, a fin de atenderle y agasajarle tan a su gusto le apeteciese. Ante ella, el rey sufrió los mismos síntomas que años atrás le habían sobrevenido al que fuera su marido. Prendado al instante, encariñado al momento, aceptó el pacto de mutua fidelidad, por el tiempo que ambos lo mantuvieran. Durante cuatro semanas estuvo el rey persa interesado en olvidarse de felicitar al militar y, en ausencia de éste, honrar a la esposa, como si de la suya propia se tratara. Con el pretexto de cumplimentar al gobernante estratega, el monarca venía todas las tardes, antes del ocaso, gozaba intensamente de la amorosa y nocturna espera, hasta la mañana del siguiente día, en la que se despedían.

Cuanto más le informaban, más se hundía en su propio barro. Él, que por unos días se había sentido cual excelente campeón desflorador de doncellas, sucumbía ahora en el pozo del bochorno y escarnio, abrumado por el peso en sus sienes, de tan real y monárquica cornamenta de ciervo, en época de berrea. Poseído por la sinrazón de la locura, buscó la venganza en el arcón de Las mil y una noches. En dicho libro, que de hecho es una recopilación de diferentes relatos, los dos hermanos protagonistas cuando descubren la infidelidad de sus mujeres, matan primero a los adúlteros, - que en aquel caso eran criados- y luego decapitan a las esposas.

No existía paralelismo posible. Razones objetivas lo impedían: el ofendido debía castigar al adúltero intruso y posteriormente a la infiel esposa, pero en este caso, el pacto de fidelidad, voluntariamente aceptado por ambas partes, había sido roto en primer lugar por él, el marido, al aceptar el regalo del gineceo por razones de “estrategia militar”. Además, el rey persa era intocable, por ser de rango jerárquico superior al suyo y estar protegido por su numerosa guardia personal. Por tanto, pese a su sufrimiento y humillación, no podía considerarse agraviado y carecía de fundamento cualquier represalia contra la que era la madre de sus hijos, aunque no por ello dejó de amenazarle con sobrecogedoras maldiciones, aullidos de fiera furiosa herida en su amor propio, incluso, en presencia de sus descendientes, llegó a vocear que mataría y descuartizaría a la madre, aunque de ello tuvo que disculparse por el enojo que causó a sus hijos.

Pronto echó de menos a su verdadero amor y ahogándose en un mar de lágrimas, acudiría avergonzado a recabar el perdón de Sharazade, que se lo concedería tan buen punto él cumpliera las condiciones que ella le imponía: buscaría esposo a cada una de las concubinas, entre el personal de su ejército; una vez las hubiera casado a todas, los maridos reducirían a escombros el palacete lujurioso y retirarían los ripios hasta eliminar cualquier rastro; a continuación el arrepentido marido debería emplear su vida en buscar por el mundo, “las llaves de la dignidad y de la felicidad”, y en cuanto las hallara podría de nuevo volver a palacio para rehacer la vida en común.

Al que había sido tan buen gobernante y mejor guerrero, no le quedaba otra que delegar en sus hijos todo su poder, a fin de disponer de tiempo para acudir a los maestros del día a día, a los grandes sabios de las ciencias, a los beatos de la religión, a los que destacan por ser puros y grandes de corazón y mendigar de ellos, respuestas a su inquietud. Todos le aseguraban que dichas llaves existían y gozaban de virtudes y poderes extraordinarios: para unos abrían todas las puertas, para otros sólo las de las cosas positivas, o controlaban los fenómenos atmosféricos, o la justicia social, o los intereses de los diferente pueblos, o iniciaban el camino de la vida y cerraban la puerta de la muerte… , pero ninguno pudo decirle, ni cómo, ni dónde hallarlas.

Extraviado en el laberinto de sus pesquisas, cayó en manos de dicharacheros sin escrúpulos, magos y adivinos fantasmagóricos. Incluso llegó a someterse al sortilegio de una vieja bruja, que hizo que se vistiera con sus mejores galas y armas de oficial. Tras darle a beber un brebaje de huesos, sangre, excrementos y setas psicoactivas y alucinógenas, cayó en un profundo sueño y posterior éxtasis, en el que tuvo lugar, una supuesta y provechosa conversación con Saladino, sultán de sultanes por antonomasia, muerto muchos años atrás para gozo y descanso de los cristianos de las cruzadas. Profundo disgusto le causó la escena en que el omnipotente soberano, creador y dominador de un gran imperio, gracias a sus conquistas militares, pese a ser poseedor de todas las llaves del reino, se ve obligado a reconocer con horror, que las de la de la dignidad y la de felicidad, son las únicas que le faltan, porque son virtudes que no se hallan en el campo de batalla. El esperpéntico fantasma le anima a proseguir en su empeño, le comunica que su intuición le hace predecir, que la solución está en manos de un hombre bueno y pobre, perdido en el desierto. El infortunado, de rodillas en el suelo, jura por su honor “que el día que las encuentre volverán a verse en palacio donde le hará entrega de una copia de cada una”. Sus proclamas son tal algarabía de gritos y aullidos, que lo devuelven a la realidad exhausto y cubierto en sudor.

Esa experiencia arrebatadora será la estrella Polar que marcará el Norte de su existencia: la búsqueda del hombre bueno, en cumplimiento del deseo de Saladino. Escudriñará en los lugares más inhóspitos, en las tierras yermas y arenosas, donde los reptiles hayan el sol de la vida, indagando únicamente por las personas más virtuosas. Tras varias jornadas de infructuosa andadura, antes de la caída de la tarde, llega a la entrada de una cueva, perdida en lo más recóndito del desierto. Cegado por la oscuridad, asoma la cabeza y vislumbra una figura a la que solicita cobijo. El feliz penitente anacoreta, que sobrevive gracias a la bondad de una cabra, de la que obtiene el alimento, leche y queso, le ofrece asilo y bocado. Así mismo, le asegura que “las llaves de la felicidad y de la dignidad existen, aunque él no las ha poseído jamás, ya que en su cueva nunca hubo puerta alguna, que la bondad de las personas se refleja en su buena sombra, y que será una de esas siluetas oscuras del suelo, una sombra, la que le llevará a encontrar su tesoro”.

Sherezade, que sufrió el estallido de su corazón por la infidelidad de su marido, aprovechó el paso del tiempo para tratar de recomponerse. Progresivamente la consorte normalizó su existencia y dispuso de su vida como dueña absoluta. La aventura con el rey persa la situó de nuevo en el mundo. Se interesó menos por la vida palaciega y más por la de extramuros. Transformó el jardín, donde se había construido el libertino palacete, en un vergel de frutas y hortalizas solidarias. Cada mañana se abría la puerta de atrás, para que los más desfavorecidos pudieran recoger de su mano, alimentos frescos.

Frente a su palacio se extendía una enorme plaza. En medio se alzaba una fuente con bancos, al amparo de unas palmeras. El ambiente era fresco y ella departía cada tarde con quien quisiera charlar un rato. Su presencia irradiaba tranquilidad, armonía, paz y felicidad. La gente buscaba su proximidad para contagiarse de su alegría. Cada día la admiraban más y sentían mayor deseo de estar con ella. Su fama y su gloria se expandían por doquier. De todas partes del país recibía visitas y cada vez eran más los que venían de muy lejos, a contemplarla, a hablarle, a compartir un rato con ella. Ella se hacía muy próxima a la gente, hasta el punto que todos le pedían copias de la llave de la felicidad y de la dignidad, que ella no les podía dar, aunque sí les decía donde encontrarlas.

Tras años de dar vueltas por el mundo, uno de esos hombres con el rostro marcado por los sinsabores y vicisitudes de la vida, acudió a la fuente de la plaza para saciar su sed . Tapada por el tronco de una palmera, el pordiosero vio primero la silueta de ella sombreada en el suelo; el corazón le dio un vuelco, luego, dio unos pasos hasta situarse en frente. Ambos se reconocieron al instante.

No esperó a más y le dijo: “No has encontrado la felicidad ni la dignidad porque son puertas que ninguna llave de metal puede abrir. Construiste un harem en tu propio palacio y tuviste la desfachatez y osadía de exigirme fidelidad. Mientras no hallabas ningún sentido ni satisfacción en tu vida lujuriosa, habrías deseado quitarme la mía, por querer ser mujer y no esclava de nadie; ni de mi marido ni de mi rey”.

- “ He pagado con años de sufrimiento, la penitencia impuesta a mi pretensión de tener dos varas diferentes de medir. A partir de ahora, será una sola, igual para ti que para mí, si me concedes una segunda oportunidad . De mi dolor ha vuelto a surgir un amor verdadero, que buscará hacerte feliz con total dignidad.”

- “ Las llaves de la felicidad y de la dignidad, crecen y se guardan en nuestro corazón. Se transforman en nuestros sentimientos cuando se las regalamos a los demás. El del amor, es el sentimiento más encantador pero únicamente se puede ofrecer a una sola persona, siempre a la misma. Si el amor es mutuo, de igual a igual, se convierte en lo más maravilloso de nuestra existencia. Cuando nuestros sentimientos son correspondidos, generan ternura y cariño para vencer la adversidad y la apatía y llenan la vida de felicidad. Si de jóvenes fuimos amantes, fieles y dichosos el uno con el otro, también de mayores podemos volver a serlo, porque el amor no tiene edad, siempre está naciendo y sólo tiene un recorrido, de mí a ti y de ti a mí”.

Así fue por el resto de sus vidas. Fueron felices y comieron perdices

ACCÈSSIT

Purificación Marmol Jiménez

EL CUADERNO

Luis es un joven universitario, estudiante de biología y amante del senderismo, se encuentra en su casa, ha cenado como siempre con la familia, les dice a sus padres que se retira a estudiar y se va a su habitación. Abre la mochila que usa cada vez que hace sus largos paseos por la naturaleza, saca una botella de agua, una navaja, un rollo de papel higiénico y un paquete envuelto con el papel sanitario, que con mucho cuidado lo desenvuelve, con emoción retenida va desenrollando el papel dejando al descubierto su contenido, es un cuaderno con las tapas roídas, se ve que es antiguo, pero en general está bien conservado. Lo descubrió esta tarde en su recorrido por la montaña, mientras hacía la ruta de los hornos de cal de Pallejá, al desviarse hacia los restos de unas paredes que en su tiempo serían de una preciosa casa, una de las piedras centró su curiosidad, la cual mostraba al parecer una marca, la tocó con ambas manos estudiando su forma, era pesada y dirigiendo su mirada alrededor, indagando de dónde podía haberse desprendido, en la pared vertical de la bancada de piedras vio un hueco , puso la piedra en él encajando perfectamente, volvió a sacarla y con el bastón que siempre lleva en sus salidas, escarbó dentro del hueco, notando que entre la tierra había algo más sólido, por la parte de la empuñadura del bastón logra engancharlo con cuidado y va arrastrándolo hasta extraerlo, es una pequeña y vieja saca de costal, está roída, dentro contiene algo más, la abre y descubre envuelto en cuero acartonado el cuaderno, el manuscrito es legible a pesar del tiempo y de la mala ortografía que presenta, lo mete dentro de una bolsa de plástico y lo guarda en la mochila y decide que por este día se acabó la ruta.

Luís enciende la luz de su mesa escritorio, coloca el cuaderno manuscrito sobre la mesa, antes de sentarse coge unos guantes blancos de algodón del cajón y con sumo cuidado lo abre, lee con algo de dificultad sus palabras, se alegra de haber leído las cartas de su abuela, la pobre nunca había ido a la escuela, casi no sabía escribir y sus cartas al principio eran indescifrables, hasta que se acostumbró a su letra y a su expresión.

A día de nuestro Señor del martes 6 de junio de 1815 empiezo a relatar en este cuaderno los hechos que me sucedieron al llegar a ésta parroquia de Pallejá.

Mi nombre es Juan Vega Herrero, nacido en el pueblo de Churriana en el Guadalteba de Málaga, por parte de padre de las familias que viven en las tierras de la vega del río y por parte de madre de la familia de antiguos herreros de Málaga. Soy el sexto de los ocho hermanos que éramos, lo digo así porque ya no sé si los demás siguen vivos.

A los catorce años me vine con Miguel, mi hermano mayor a esta región, después de que el ejército Napoleónico con sus tropas francesas y polacas tomaran Málaga, era el año de Nuestro Señor de 1810, a mi hermano se le metió en la cabeza que al enemigo había que combatirlo cerca de su tierra para impedir que entraran más. Nos quedamos aquí, la tierra es muy parecida a la de donde vengo, parajes de frondosos bosques, viñas, campos de buenas cosechas, riachuelos que llevan su caudal al río madre. Hay los mismos ricos con sus excesos y privilegios y los mismos pobres con sus miserias y su dignidad.

En estas tierras catalanas hablan una lengua que es diferente a la castellana, a mí me recuerda a la francesa, pero nos entendemos, yo les hablo en mi lengua y ellos me hablan en la suya, muchas palabras son las mismas, el que es más ilustrado me responde en castellano mezclado con algunas palabras en catalán, la mayoría con buena fe nos entendemos y yo voy aprendiendo.

Como necesitábamos sueldo y comida, nos hospedamos en una cabaña de unas tierras de cultivo que tiene arrendadas Don Armengol que son de Don Albareda.

Al poco tiempo mi hermano se incorpora al ejército de Miqueletes a las órdenes del Coronel Josep Manso, que tienen su cuartel general en el castillo, dándome instrucciones para que yo me quedara trabajando de jornalero.

En estos días las tierras de los campos y las viñas eran trabajadas por mujeres y zagales. Ahí conocí a una guapa moza llamada María, nos fuimos enamorando cada día un poco, hasta que se nos partía el alma si estábamos un día sin vernos.

Un día tocaban campanas y nos acercamos a la pequeña iglesia que está detrás del castillo, íbamos María unas amigas y yo con los amigos, vimos que se hacía gran revuelo en la entrada del castillo por la parte del camino real, y seguimos a la gente, llegaban las tropas del Coronel Manso con prisioneros franceses. Más tarde mi hermano me contó que en esta guerra sin cuartel habían emboscado a los franceses y habían hecho prisioneros a 60 soldados y 9 coraceros.

Esto iba a traer consecuencias, veintidós días más tarde (12 de octubre de 1810), el General Mathieu ataca Pallejá, su ataque es rechazado sin dificultad, pero el 17 de noviembre una columna enemiga vuelve a atacarnos, el Coronel Manso ya estaba avisado por los mensajes que le iban llegando por distintos portadores, la gente del pueblo y voluntarios los esperamos dentro de los tapias que rodean el castillo y fuera les esperan 800 infantes, dos regimientos y tres piezas de artillería. Cuando termina la contienda el ejército de Napoleón de retira con la vergüenza entre piernas y la sangre en la tierra. María me coge de las manos y me hace bailar, nuestros amigos se suman y hacemos un gran corro, ellos entonan una canción que yo no canto por que la desconozco.

Por mayo del año de nuestro Señor de 1811 el Coronel Manso y su batallón de Cazadores de Cataluña dejan el castillo de Pallejá y se unen a la división del Barón de Eroles, con ellos parte mi hermano, nos despedimos con un gran abrazo y lágrimas por mi parte.

Los franceses no pierden el tiempo y ocupan el castillo, a las gentes del pueblo les piden contribuciones, saquean casas de campo y queman algunas, los del pueblo huyen a las montañas y yo voy con ellos, nos escondemos por temor a las represalias, en el pueblo vecino de San Andrés de la Barca ha habido mucha contienda y escarnio.

Los días se convierten en largos y dificultosos, por las noches las familias de los que hemos huido nos traen de comer, la generosidad de los compañeros y que María también se acuerde de mí, hace que yo no muera de hambre, pronto nos damos cuenta de los movimientos del enemigo, su rutina es estar en el acuartelamiento en el castillo y salir a abastecerse de provisiones en las masías, esto nos permite volver al pueblo con precaución y seguir trabajando la tierra y cuidar del poco ganado que se ha salvado.

Un día de enero del año 1812 recibo una gran alegría, la visita de mi hermano, me dice que el Barón de Eroles y su división vuelven a esta zona y establece su cuartel general en Martorell, que atacarán a los franceses y los echarán del pueblo. Manso ya es Comandante General de la 4ª sección del 1er ejército, establece de nuevo su cuartel aquí, volvimos a estar tranquilos durante un tiempo.

El 7 de agosto de año de Nuestro Señor de 1812 me dieron la triste noticia de la muerte de mi hermano Miguel, durante el enfrentamiento con el enemigo en Sant Feliu de Llobregat.

Pasaban los meses y la guerra seguía, los soldados del Emperador francés volvían a tomar posiciones en esta comarca del Bajo Llobregat y volvieron a tomar el castillo de este pueblo.

Las tropas del Comandante General Manso estaban acuarteladas en Martorell y me uní a ellas. A sus órdenes participé en varias contiendas, emboscadas y batallas.

El 10 de septiembre del año de N.S de 1813 recibimos la orden de atacar nuevamente el castillo de Pallejá que en este momento lo ocupaba un destacamento de caballería de Húsares.

Yo estaba muy nervioso, ya estábamos todos agotados de tanta lucha, de ver tanta sangre y tantos muertos, ya no tenía sed de venganza por la muerte de mi hermano, pero la guerra es así, y había que echar al enemigo de nuestra tierra. Mi pensamiento sólo se centraba en volver al pueblo para ver a María.

Salimos cuando el sol empieza a ponerse y subimos por el Congost, pasamos cerca de la ermita de Santa Madrona del Palau, seguimos con mucha precaución pasando por San Andrés de la Barca, después de pasar Roca de Daroch, empezamos a subir la pendiente de la entrada de Pallejá, durante todo el camino divisamos los restos de casas aisladas quemadas por los franceses. El sol ya desapareció y la luna llena nos acompaña y alumbra todo el camino, el sudor empapa mi ropa, voy vestido con la ropa típica del soldado del Principado, de armamento llevo un fusil de avancarga y pedernal, con cartuchos de papel y la bayoneta anclada, dicen que está fabricado en Ripoll.

Cuando ya estábamos a media legua, nos dan la orden de dividirnos unos por el oeste y otros por el este, con la instrucción de al oír el primer disparo atacar todos a una.

Agazapados y acompañando al silencio de la noche, ya estábamos a un tiro de piedra, cuando se oyó el disparo, todos empezamos a disparar, voy corriendo junto a los demás soldados, llego hasta los muros que rodean la fortificación, la luz de la luna llena me facilita la visión, veo uno de los guardias asomando sobre mi cabeza a punto de disparar, le clavo la bayoneta por debajo de la quijada penetrándole hasta la cabeza, cae a mis pies, veo que no es mucho mayor que yo, me sumo a la maniobra de saltar la tapia que rodea al castillo, los pillamos por sorpresa, recién despertados y desorientados, no les dimos tregua, a la velocidad del relámpago les atacamos, tal como se asomaban por la puerta iban cayendo heridos o muertos, hicimos un centenar de prisioneros y nosotros tuvimos pocas bajas y heridos.

Cuando nos retirábamos con los prisioneros de vuelta al cuartel de Martorell, a la distancia de una legua, aún se oían disparos, pensé que estarían disparando a las sombras.

Tras esta derrota abandonaron el pueblo y yo pedí permiso para ir a visitar a María, para ella era un héroe. Así estuvimos durante largos meses. Pasado el tiempo por fin llego la paz un 17 de abril de 1814 año de N.S, y para mí la desilusión, María era la “pubilla” de la casa y su familia había decidido que se casaría con Ramón, su primo, que era el “hereu”, ella en un principio se negaba, pero al final cedió. Al casarse se fueron a vivir al pueblo de su primo en Mataró.

Yo he decidido quedarme en Pallejá, pero ahora quiero volver a Churriana en el Guadalteba, a ver que ha sido de mi familia, abrazarles y decirles que aquí, en este pueblo de Cataluña conocí mi primer amor de juventud y ahora a los 19 años he conocido la más bella moza que ven mis ojos de la que estoy locamente enamorado y ella me corresponde, ya he hablado con sus padres y hemos decidido que a la vuelta trabajaré duro y ahorraré para que dentro de un par o tres de años nos podamos casar.

He escrito este cuaderno para dar testimonio de lo ocurrido en mi estancia en estas tierras de este Principado, espero seguir escribiéndolo a mi regreso.

Firmado: Juan Vega Herrero

Luis cierra el cuaderno y se pregunta si habría vuelto, ¿por qué no había seguido escribiendo?

Deja el manuscrito dentro del armario y se acuesta, las imágenes de lucha de Juan con Comandante General Manso y el Castillo de Pallejá se proyectan como una película en su cerebro, hasta que al final le vence el sueño.

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